Thursday, September 20, 2012

Pequeñas y no tan pequeñas iniciaciones


Pilatos en su vortex

     Marzo de 1984, en el comedor de mi casa, vieja casona del distrito de  Magdalena del Mar, con una taza de té, mirando por la vieja televisión blanco y negro a Pilatos- con una pistola en la mano, prendiéndole fuego a un rehén durante el motín del Sexto. Cinco años más tarde, recorrería las mazmorras de ese mismo Penal, convertido en la Sexta Comisaria del Cercado de Lima, y sede de la Dirección Nacional contra el Terrorismo. Sin poder olvidar los comentarios de mis compañeros de colegio sobre la marca de las zapatillas de los grandes choros de nuestra niñez.

imposible distinguir la contaminacion desde aqui

Cada mañana salía en medio de la niebla, hacia el colegio. Magdalena en las mañanas está cubierta de niebla, uno busca sus pensamientos en la niebla, a través de los surcos de la vereda, en el rocío que cae de los matojos, en el canto de la cuculí o en el claxon del Volkswagen que pasa cada día a la misma hora, llevando a otro ser que ya no quiere pensar más. No es el cielo gris el que nos refleja, sino la resolana de nuestro propio espíritu, el que nos da la sonrisa. Cuando pasa el tiempo, uno se da cuenta cuanto se puede querer a ese cielo gris. Cuánto se puede querer a la propia neurosis.

todos mis viajes empezaron con el Tesoro de la Juventud

Cada casa debe tener un lugar mágico, una especie de triangulo de las bermudas, un sitio donde encontrar el botín de un naufragio, o viejas historias que los mayores no quieren revelar por temor a abrir una puerta que no podrían cerrar jamás: la puerta del conocimiento, el paisaje del horror. Las alas de Ícaro, o las de Dédalo, dependiendo de lo que eventualmente decidamos hacer con nuestra vida.
Encontré ese lugar mágico un verano, cuando tenía 6 o 7 años. Era el cuartito del patio, al fondo de la vieja casa, donde mi hermano el desterrado pasaba las noches cuando se le ocurría volver brevemente de sus  viajes espaciales por los intestinos de Lima, la surrealista. Ese cuarto húmedo y lleno de arañas tenía dos baúles llenos de objetos y libros. Nadie en mi casa supo nunca explicar de dónde provenían esos baúles. Estaban llenos de libros parcialmente enmohecidos, testimonio de otros tiempos y lugares que tenían poco o nada que ver con Magdalena, con lo que me enseñaban en la escuela, con mi familia ni con mis amigos. Eran mundos nuevos, ideas nuevas, creencias distintas, otros idiomas, otras costumbres, otra vida. En esa pequeña habitación llena de cucarachas y arañas gordas leí sobre Benjamín Franklin, Pompeya, Alicia cayendo por la madriguera del conejo, las diferentes maneras de describir un pene entrando en una vagina -el cántaro entrando en el pozo-, los sextantes, el sol naciendo por el mar y ocultándose en las montañas, el ave Roc, el holandés errante, Prometeo, Vidocq y el Tartarín de Tarascón.
Todas esas historias llenaban mi cabeza y me hacían divagar por entre los barrios vacios o populosos de Magdalena, iba convirtiendo a los transeúntes en personajes. Los mil rostros de la migración y la mezcla de razas de mi ciudad me permitían poner un nombre literario a casi cada persona que venía contra mi ruta diaria. Era, por tanto, un niño, un adolescente, muy retraído y ensimismado. Nunca me fue mal en el colegio, pero tampoco le preste mucha atención a lo que decían. Todo el conocimiento estaba acartonado, disecado, y era aburrido. Pero si leía los libros por mí mismo, la percepción cambiaba…