Monday, December 3, 2012

Los chicos del cassette



         Este es uno de esos días en que, despojado de mi  cada vez menos aparente máscara, no me queda otra que ser yo mismo, e iniciar el pálido recuento de mis emociones. Yo no regresé de mi viaje al abismo con todas mis facultades intactas, tampoco pude aparecer en otra parte de mi historia disfrazado de otra persona. Digamos que mis días transcurren no sin cierto cinismo, con premeditada patosidad y solemne desacierto.  En mi redacción hay una mezcla de automatismo y taimada búsqueda de resonancia de campana oxidada. Así que, en consonancia con mi actual estado de espíritu, lo que me toca es hacer un recuento de mis recuerdos donde haya cassettes o radios, te guste o no, esquivo lector.

                     Recuerdo la llegada del cassette a mi casa. Era probablemente 1980 y mi cuñado Fausto trajo a la casa uno de esos Radiocasete AM-FM. La marca era Sanyo, si mal no recuerdo. Se trajo un cassette en blanco y otro de los Chalchaleros. En esa época escuchábamos tres estaciones de radio: una era Radio Moderna, donde escuchábamos al Ronco Gámez, la otra era Radio 1160, la radio rockera. La otra era Radio El Sol, para escuchar Ovación, el programa de fútbol. Y también escuchábamos Radio Miraflores. De Radio Doble Nueve no me enteraría sino unos años mas tarde. Mi cuñado puso el cassette en blanco en la casetera y apretó el botón rojo de recorder, y yo comencé a hablar, fueron mis primeras frases en inglés, aprendidas de memoria de un personaje de la tele, Rulito Pinasco (qué buena que estaba Sonia Oquendo) : “ hi everybody….que tal a los patitas de radio moderna, radio papá” mi debut y despedida del mundo de la radio. Pude escuchar ese cassette años después, un niño vivaz hablándole a la radio, ya totalmente convencido de que el aparato estaba para escuchar música, no a los disc jockeys. Inmediatamente aprendí a grabar música de la radio al cassette. Grababa las canciones que me gustaban, ponía el pause para no grabar la propaganda o los comentarios del hablante de turno (invariablemente anodinos, salvo por supuesto, cuando transmitían los partidos, e incluso en esas circunstancias, quién sabe), intercambiaba los cassettes con mi vecino Renzo (de mayores recursos, pero esa es otra historia), llegaban a casa los cassettes de Latin Brothers, de Ruben Blades, U2, Yes, lo que cayera por gracia de mis hermanos mayores.


          El rocanrol había que perseguirlo por las distintas estaciones de radio, y así es como llegué a Doble Nueve. Ballroom Blitz o Escalera al Cielo, Barracuda de Heart, ACDC, Dire Straits o Kiss. Todo lo que un niño chico y flacucho ni se imaginaba que podría comprarse en una tienda (claro, y además sin ningún acceso ni noción por conseguir el dinero…hasta que veía lo que tenía mi vecino de mi misma edad…esa para otro día). Luego llegarían los cassettes de Silvio Rodríguez, Facundo Cabral,Atahualpa Yupanqui, Peru Jazz, Sui Generis, La Máquina de Hacer Pajaros, Soda Stereo,Los Secretos, Los Jaivas, Los Kjarkas,Genesis, Peter Gabriel, Violadores, etc. Era mucho más fácil prestarse un cassette y piratearlo que prestarse un vinilo. La radiola sólo la podía tocar mi hermano mayor, que poseía literalmente una montaña de discos que contribuyeron de una manera significativa -aunque pasiva- a mi educación musical rocker, significando que ni siquiera podía poner el disco en el aparato, “porque si no lo rayas, huevón” (y que años después me enteré que se los había cabeceado a nuestro primo Pepe el médico). Un día, en tercero de secundaria, mi amigo Toño El Punki puso en mis manos un cassette que llamó inmediatamente mi atención: dentro de la caja venía una especie de librito que abrí, estaba lleno de letras de  canciones escritas a mano, con dibujos y recortes de periódicos con fotos de lo que por esa época más se veía en Lima. La portada del cassette era negra, con un dibujo de un cuchillo gigante clavado en la nuca de un individuo: era la maketa del Primera Dosis de Narcosis!.


Así empezó todo.


Thursday, September 20, 2012

Pequeñas y no tan pequeñas iniciaciones


Pilatos en su vortex

     Marzo de 1984, en el comedor de mi casa, vieja casona del distrito de  Magdalena del Mar, con una taza de té, mirando por la vieja televisión blanco y negro a Pilatos- con una pistola en la mano, prendiéndole fuego a un rehén durante el motín del Sexto. Cinco años más tarde, recorrería las mazmorras de ese mismo Penal, convertido en la Sexta Comisaria del Cercado de Lima, y sede de la Dirección Nacional contra el Terrorismo. Sin poder olvidar los comentarios de mis compañeros de colegio sobre la marca de las zapatillas de los grandes choros de nuestra niñez.

imposible distinguir la contaminacion desde aqui

Cada mañana salía en medio de la niebla, hacia el colegio. Magdalena en las mañanas está cubierta de niebla, uno busca sus pensamientos en la niebla, a través de los surcos de la vereda, en el rocío que cae de los matojos, en el canto de la cuculí o en el claxon del Volkswagen que pasa cada día a la misma hora, llevando a otro ser que ya no quiere pensar más. No es el cielo gris el que nos refleja, sino la resolana de nuestro propio espíritu, el que nos da la sonrisa. Cuando pasa el tiempo, uno se da cuenta cuanto se puede querer a ese cielo gris. Cuánto se puede querer a la propia neurosis.

todos mis viajes empezaron con el Tesoro de la Juventud

Cada casa debe tener un lugar mágico, una especie de triangulo de las bermudas, un sitio donde encontrar el botín de un naufragio, o viejas historias que los mayores no quieren revelar por temor a abrir una puerta que no podrían cerrar jamás: la puerta del conocimiento, el paisaje del horror. Las alas de Ícaro, o las de Dédalo, dependiendo de lo que eventualmente decidamos hacer con nuestra vida.
Encontré ese lugar mágico un verano, cuando tenía 6 o 7 años. Era el cuartito del patio, al fondo de la vieja casa, donde mi hermano el desterrado pasaba las noches cuando se le ocurría volver brevemente de sus  viajes espaciales por los intestinos de Lima, la surrealista. Ese cuarto húmedo y lleno de arañas tenía dos baúles llenos de objetos y libros. Nadie en mi casa supo nunca explicar de dónde provenían esos baúles. Estaban llenos de libros parcialmente enmohecidos, testimonio de otros tiempos y lugares que tenían poco o nada que ver con Magdalena, con lo que me enseñaban en la escuela, con mi familia ni con mis amigos. Eran mundos nuevos, ideas nuevas, creencias distintas, otros idiomas, otras costumbres, otra vida. En esa pequeña habitación llena de cucarachas y arañas gordas leí sobre Benjamín Franklin, Pompeya, Alicia cayendo por la madriguera del conejo, las diferentes maneras de describir un pene entrando en una vagina -el cántaro entrando en el pozo-, los sextantes, el sol naciendo por el mar y ocultándose en las montañas, el ave Roc, el holandés errante, Prometeo, Vidocq y el Tartarín de Tarascón.
Todas esas historias llenaban mi cabeza y me hacían divagar por entre los barrios vacios o populosos de Magdalena, iba convirtiendo a los transeúntes en personajes. Los mil rostros de la migración y la mezcla de razas de mi ciudad me permitían poner un nombre literario a casi cada persona que venía contra mi ruta diaria. Era, por tanto, un niño, un adolescente, muy retraído y ensimismado. Nunca me fue mal en el colegio, pero tampoco le preste mucha atención a lo que decían. Todo el conocimiento estaba acartonado, disecado, y era aburrido. Pero si leía los libros por mí mismo, la percepción cambiaba…